El 22 de abril de 1991, un terremoto de magnitud 7.7 sacudió el Caribe costarricense, dejando una huella imborrable en la memoria de quienes lo vivieron. Para muchos, aquel día marcó un antes y un después en sus vidas, una experiencia que aún resuena en sus corazones.
El terremoto de Limón causó estragos en un área de 8000 km2, abarcando un 80% del territorio costarricense y un 20% de Panamá. Las comunidades costarricenses se vieron afectadas en su día a día: carreteras colapsadas, puentes destrozados y acueductos dañados cambiaron la forma en que las personas se desplazaban y accedían al agua potable.
Al sur de Limón, 4 puentes se desplomaron y al menos otros seis sufrieron daños significativos. Las líneas de ferrocarril, vitales para el transporte de mercancías y pasajeros, sufrieron daños a lo largo de 92 km. Los puertos, importantes nodos comerciales, perdieron calado debido al levantamiento tectónico.
La ciudad de Limón enfrentó un severo racionamiento de agua durante tres meses después del terremoto, mientras los acueductos eran reparados. Sin embargo, en medio de la adversidad, la solidaridad se hizo presente. Se estableció un puente aéreo y una red de comunicaciones para coordinar la asistencia humanitaria y garantizar el abastecimiento de alimentos y medicinas.
Aunque los daños materiales fueron significativos, lo más valioso que dejó el terremoto de Limón fue la lección de resiliencia. Las comunidades se unieron para reconstruir lo que se había perdido, demostrando que juntos pueden superar cualquier desafío.
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